I. Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás, pecaron al comer del fruto prohibido1. Quiso Dios, conforme a su santo propósito, permitir este pecado habiéndose propuesto ordenarlo para su propia gloria2.
1. Gn. 3:13; 2 Co. 11:3.
2. Ro. 11:32.
II. Por este pecado cayeron de su rectitud original y perdieron la comunión de Dios1, y por tanto quedaron muertos en el pecado 2 y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo3.
1. Gn. 3:6-8; Ec. 7:29; Ro. 3:23.
2. Gn. 2:17; Ef. 2:1.
3. Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10-18.
III. Siendo ellos la raíz del género humano, la culpa de este pecado fue imputada1, y la misma muerte en el pecado, y la naturaleza corrompida, se transmitieron a su posteridad, que por generación ordinaria desciende de ellos2.
1. Hch. 17:26 con Ro. 5:12, 15-19 y 1 Co. 15:21, 22, 49; Gn. 1:27, 28; Gn. 2:16, 17.
2. Sal. 51:5; Gn. 5:3; Job. 14:4 y 15:14.
IV. De esta corrupción original, por la cual estamos completamente impedidos, incapaces y opuestos a todo bien1, y enteramente inclinados a todo mal2, proceden todas las transgresiones actuales3.
1. Ro. 5:6, 8:7 y 7:18; Col. 1:21.
2. Gn. 6:5; Gn. 8:21; Ro. 3:10-12.
3. Stg. 1:14, 15; Mt. 15:19; Ef. 2:2, 3.
V. Esta corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son regenerados1; y aun cuando sea perdonada y amortiguada por medio de la fe en Cristo, en sí misma y en sus efectos es verdadera y propiamente pecado2.
1. Jn. 1:8, 10; Ro. 7:14, 17, 18, 23; Stg. 3:2; Pr. 20-9; Ec. 7:20.
2. Ro. 7:5, 7, 8, 25; Gá. 5:17.
VI. Todo pecado ya sea original o actual, siendo una transgresión de la justa Ley de Dios y contrario a ella1, por su propia naturaleza trae culpabilidad sobre el pecador2, por lo que éste queda bajo la ira de Dios3 y de la maldición de la Ley 4, y por lo tanto sujeto a la muerte5, con todas las miserias espirituales6, temporales7 y eternas 8.
1. 1 Juan 3, 4 2. Rom. 2, 15; Rom. 3, 9:19
3. Ef. 2, 3.
4. Gál. 3.10 5. Rom. 6, 23.
6. Ef. 4, 18.
7. Lam. 3, 39; Rom. 7, 20.
8. Mt. 25, 41; II Tes. 1, 9.